Ojos Azules
- Misia Lerska
- Apr 14, 2019
- 17 min read
I wrote this short story in 2017 while living in Chile. It is inspired by my time in France working with Syrian refugees.
La guerra podía empezar. François corrió al jardín y empezó a imaginarse que sus enemigos lo estaban persiguiendo. Nunca me vais a encontrar, he robado todas las joyas de la reina y no quiero devolverlas.
Estaba corriendo cada vez más rápido y cada vez más lejos de su casa, hasta que se encontró en un campo de trigo. Sus enemigos todavía lo estaban persiguiendo. El trigo que le rodeaba era un bosque mágico, con secretos, monstruos y brujas por todas partes. Las ramas eran como manos, tocándolo e intentando capturarlo. Él sabía que la lucha iba a ser horrible, entonces sacó su espada de plata y empezó a atacar. No quería admitirlo, pero tenía miedo. Siempre tenemos miedo de lo desconocido, y siempre atacamos las cosas que nos dan miedo.
De repente, François oyó voces y risas. ¿Sus enemigos? ¿Los caballeros de la reina? Tal vez lo habían encontrado. Todo se puso muy silencioso, se escondió dentro del trigo y empezó a escuchar. Las voces estaban diciendo palabras inventadas con muchas “h”:
-“إنني جائع أنا جوعان. أين يوجد طعام؟”
François sabía que estaba oyendo a la gente indígena del bosque mágico. Eran duendes, como en sus libros de fantasía. Que entretenido, pensó. Siguió escuchando estas voces, que estaban moviéndose a través de todo el bosque. No quería ser descubierto; François sabía que esa no era su tierra, no tenía el derecho de quedarse allí. De repente sintió una mano que le tocó el hombro. Todo era finito. Sería capturado como prisionero de guerra.
-”من أنت”
Detrás de él, vio una familia. La persona que lo había tocado era un padre flaquito con una barba negra, una vieja camiseta Nike, pantalones deportivos, y zapatillas muy usadas. A su lado, estaba una madre muy joven, con una bufanda rosada que cubría su pelo y un poco de su cara. En sus manos, tenía un niño de mas o menos dos años. Todos parecían sucios y cansados. Tenían una piel de color oliva, pero sus ojos eran muy azules y claros, como agua transparente. Mirarse en sus ojos era como verse en un espejo. François no sabía qué decir. ¿Hola? ¿Disculpa? La familia no decía nada tampoco. Parecieron descubiertos, como si todos supieran que no tenían derecho de estar en el campo de trigo.
Al principio, François no vio al segundo hijo. Escondido en el bosque mágico, había un niño de su edad, mirando el trigo como si fuera algo más. Tenía estos mismos ojos azules.
La familia estaba mirando a François, como si estuvieran esperando que dijera algo. Su corazón latía en su pecho cada vez más fuerte porque él tenía miedo de los duendes. El padre le sonrió y François se levantó y corrió en la dirección opuesta, huyendo.
(***)
Mon Dieu, je t’aime de tout mon coeur et par dessus toutes choses parce que vous êtes infiniment bon, infiniment aimable, et j’aime mon prochain comme moi-même pour l’Amour de soi. Amen.
La familia de François rezaba antes de cada comida.
-”¡Tengo hambre!” gritó Jean, su hermano.
-”Cuídate, hijo mío. En esta casa, tenemos buenos modales. No se grita. Dios te está escuchando” suspiró madame du Coeur, la madre.
Toda la familia estaba sentada a la mesa, frente a un pollo asado. A la cabecera estaba monsieur du Coeur, un hombre calvo, flaco y alto. Tenía una mirada sin emoción, como si fuera un esqueleto hablante. A su lado estaba madame du Coeur, una mujer de cuarenta años pero con el semblante de una mujer mayor. Madame du Coeur no utilizaba maquillaje porque no quería engañar a Dios. Objetivamente, siempre estaba sonriendo, pero nunca con sus ojos.
Los du Coeur tenían cinco hijos: Agathe, 17, Marie, 14, Marc, 13, François, 9, y Jean, 4. Vivían en Calais, una pequeña ciudad a orillas mar, en el norte de Francia. Empezaron a comer.
-”He oído que hay cada vez más refugiados en la Selva”, conversó Agathe.
-”No entiendo por qué el gobierno no está haciendo algo con ellos”, dijo madame du Coeur.
La Selva era un campo de refugiados en su ciudad, llena de gente de Siria, Afganistan, Eritrea, Sudán del Sur… Lugares que daban miedo a gente como los Du Coeur, porque estaban llenos de guerras y de violencia horrible. Imaginaban que su gente era naturalmente violenta, y que por eso sus países tenían tantos problemas.
-”¿A dónde pueden ir? Por lo menos aquí tienen gente, amigos y una posibilidad de escapar a Inglaterra, aunque sean ilegales”, respondió Agathe.
-”¿Por qué no pueden quedarse aquí? Hay bastante espacio para todos”, preguntó Marc.
-”Ellos no quieren quedarse aquí, chiquillo. No les gustan la gente y la cultura de aquí.” -dijo Madame du Coeur.
Todos estaban hablando muy lentamente. La atmósfera del almuerzo era como lo era a cada vez: fúnebre, triste, como si algo estuviera pesando sobre cada persona.
-”François, ¿qué piensas de esto?”
François no estaba escuchando, sino jugando con su comida. Había puesto todas sus papas en un círculo alrededor de su pollo. No tenía hambre y estaba imaginando que su comida era un monstruo mágico. Las papas estaban luchando con su pollo, estaban en guerra. La papa atacó al pollo y levantó un puñal, gritando cantos de su patria. De repente François oyó un grito de guerra muy fuerte.
-”iFrançois! ¿Nos estás escuchando?”
-”Lo siento, estaba pensando en algo diferente”, susurró François.
-”No te escucho hijo, y si yo no te escucho, Dios tampoco”, dijo la papa guerrera.
-”Lo siento”, dijo François más fuerte. Comió su pollo; las papas habían ganado. ”Permiso, no tengo hambre y quiero jugar”.
-”Bueno, es domingo. Puedes descansar. Ve a jugar, hijo mío.”
François salió de la casa y empezó a jugar en el jardín. Él siempre había tenido muchos hermanos, pero nadie jugaba con él, porque él inventó siempre historias tan imaginativas que era la única persona que podía entenderlas. A François le encantaba inventar historias y juegos, tanto que a veces era difícil distinguir la realidad de lo inventado. Todos se burlaban de él, especialmente sus padres. Se sintió muy solo, como si no fuera parte de su familia.
-”¿Puedo jugar contigo?”
Jean lo había seguido.
-”¿A qué quieres jugar? ¿Aventuras?”
-”¡Sí! ¡Una aventura!”
-”Puedes ser un príncipe azul, luchando contra un dragón para salvar a tu princesa.”
-”¡No soy un principe!”
-”Puedes ser un gigante que está atascando a una ciudad…”
-”¡No soy un gigante!”
De repente, François tuvo una idea.
-”Hay un bosque mágico por acá que tiene duendes mágicos. No sé lo que hacen allí pero podemos ir a conocerlos y aprender su idioma…”
-”¡Sí! ¡Yo quiero encontrar a los duendes!”
-”Pero debes prometerme que vas a cuidarte, porque el bosque no es nuestra tierra. Estamos invadiéndolo.”
Oyeron una voz saliendo de la cocina.
-”¿Quién está invadiendo?” preguntó Marie.
-”Los duendes! ¡Vamos al bosque a encontrar los duendes mágicos!” gritó Jean.
Marie lo recogió en sus brazos. Cálmate Jean, los duendes no existen.
-”Pero François dijo que…” lamentó Jean.
-”Como siempre, a François le gusta inventar cosas que no existen en la vida real.”
Ella miró a François.
-”Oye no te preocupes, yo me ocupo de él ahora.” -le dijo.
Antes de que François pudiera decir algo, Marie entró en la casa con Jean. François se sentía solo y enojado. Su familia nunca le creía. Sus duendes existían realmente.
(***)
El domingo siguiente era un día de sol, entonces los Du Coeur habían decidido hacerse un picnic en la playa. Trajeron baguette, charcuterie, queso, ensalada y frutas para el postre. Todo estaba listo para vivir un día de felicidad.
Comieron todos juntos mirando el mar. No se podía ver nada sino agua hasta el horizonte, pero estaban mirando en la dirección de Inglaterra. Para los
Du Coeur, era una vista perfecta para un dia de sol y nada más.
François estaba recogiendo conchas en la playa para su colección. Se alejaba cada vez más de su familia, hasta que ellos parecieron más bien unos pequeños puntos en la distancia; François no lo había notado que se había alejado, porque estaba demasiado concentrado en su trabajo de conchas. Necesitaba una perfecta para ser el rey de la playa.
Siguió buscando hasta que vio algo brillante en la agua, escondido en la arena. Era una concha increíblemente azul y transparente, que reflejaba toda la luz. Cuando se puso de rodillas, sintió como si alguien lo estuviera mirando. Con la concha en su mano, se levantó muy rápidamente y vio dos conchas, o dos ojos azules mirándolo desde unos veinte metros. Reconoció al duende joven del otro día, que estaba también jugando en el mar.
François tenía un traje de baño pero este chico, solamente su ropa interior. A pesar del color de piel, que era un poco más oscuro comparado a la complexión pálida de François, los dos chicos se parecían mucho en tamaño y cuerpo.
El chico miró la concha, que lo fascinaba.
-”¿Te gusta?” preguntó François.
Silencio.
No necesitaban decir nada, sabían que iban a luchar por la concha. Ambos tenían su traje de ejército y habían salido sus espadas. Mirándose a los ojos, los dos atacaron al mismo tiempo y se encontraron en la arena, rodando uno encima del otro, luchando por la justicia. François estaba sentado sobre el chico, e iba a declarar su victoria cuando vio una segunda concha exactamente igual justo al lado de su oponente. Ambos la miraron y empezaron a reírse como amigos. No debían luchar, ambos podían tener lo que querían.
Así empezó una amistad. Siguieron jugando juntos una hora entera, hasta que François notó que sus padres seguramente lo estaban esperando. Caminaron juntos a donde estaban los Du Coeur, acostados en la arena escuchando el sonido de las olas. Cuando vieron a su hijo con el chico, supusieron que se hizo de un amigo francés en la playa.
-”Mamá, Papá, este es mi nuevo amigo. No habla mucho pero es muy simpático.”
-”¡Hola chiquillo! Nos gustan siempre los amigos de François. ¿Cómo te llamas?” preguntó Madame du Coeur.
El chico no dijo nada, solamente los miró, confundido, como si no entendiera lo que estaban diciendo.
-”¿No sabes como te llamas?” preguntó François. Se señaló a sí mismo diciendo yo François, ¿y tú?, señalando al chico, que empezó a entender.
-”Tu.. Franzwah. ¡Yo, Bara!” gritó, satisfecho.
-”Tu amigo es raro” dijo Agathe.
-”Es solamente tímido. Viene de una familia de duendes en el bosque, lo he visto el otro día cuando estaba explorando” respondió François.
-”¿Que tienes recientemente con los duendes? Ya te dije que no existen” insistió Marie.
-”¡Existen! Mira, aquí está su familia” dijo François, con orgullo.
Se acercaba la familia de Bara, que también estaba buscando su hijo. El padre y el bebé estaban, como Bara, solamente en su ropa de interior, y a pesar de estar en la playa, la madre tenía un traje de baño que la cubría completamente, aun su pelo. Estaban sonriendo y mirando la familia du Coeur.
-”Hola… ¿Como… Estais? Yo… Mohammed. Él… Bara. Mi hijo…” dijo el padre con un acento muy pronunciado.
Los Du Coeur podían ver su ropa sucia dejada en la playa, con las viejas zapatillas usados.
-”Mucho gusto señor. Estoy seguro de que nuestros hijos han disfrutado mucho de la playa. Lamentablemente, debemos volver ahora porque se hace muy tarde” dijo el padre, muy firmemente. Al unísono, todos empezaron a empacar sus cosas. Todo fue muy rápido, como si estuvieran huyendo al auto.
Volviendo a la casa, todos estaban silencios, hasta que François dijo:
-”¡Me encantó ver a mi amigo Bara! Fue muy chistoso como lo encontré.”
Monsieur du Coeur suspiró.
(***)
François y Bara empezaron a verse en secreto. En el campo de trigo, o el bosque, como lo pensó François, se escondieron, jugando juntos. Por la primera vez en su vida, François no se sintió solo. Tenía un amigo, un hermano. Y no un hermano como Marc o Jean, un hermano verdadero, de corazón.
Se vieron todos los días, cuando François volvía de la escuela. Jugaban horas juntos, hasta la hora de cena para los Du Coeur. Se inventaron un mundo propio en el que podían ser lo que quisieran, y ambos chicos eran tan creativos e imaginativos que se entendían sin decir palabras.
Saltaban por los campos imaginándose en las nubes, se peleaban en el bosque imaginando que estaban de guerra. Comieron caramelos que robaron en las panaderías locales. Un día, estaban sentados en las piedras, cuando Bara dijo:
-”Yo, Siria. ¿Tu?”
Así los chicos empezaron a hablarse, y a enseñarse sus idiomas. Jugando, François aprendió algunas palabras en árabe, y Bara aprendió palabras en francés. Empezaron a entenderse más. Otro día estaban acostados en el césped y François le preguntó dónde vivía.
-”¿Vivir?” preguntó Bara, confuso.
-”¿Donde vives? ¿Donde esta tu casa y tu familia?”
-”Ah. Yo… vivir… en la Selva.”
-”¿La Selva?” François siempre había sabido que Bara debía vivir en un tipo de bosque mágico. Vivía en la Selva, con monstruos y cosas increíbles. “Debe ser increíble. Yo quiero vivir en la Selva.”
-”No. La Selva no es buena.”
La conversación se detuvo.
Al día siguiente, Bara no se presentó. François lo esperó todo el día, y nunca llegó, ni al día siguiente tampoco. François siguió volviendo a sus lugares favoritos, buscándolo cada día. Tres días después, Bara vino. Cuando François le preguntó qué le pasó, Bara empezó a llorar.
-”Mi padre está muerto.”
El hombre con las zapatillas usadas y los ojos azules había intentado irse a Inglaterra en un barco, para buscar un departamento para su familia. Habían encontrado su cuerpo en la playa francesa.
(***)
Unas semanas después, los chicos estaban jugando fútbol en silencio.
-”¿Come está tu madre?” preguntó François.
-”No bien.”
-”Triste, sin tu padre, imagino.”
Siguieron en silencio. Con el problema de idioma, solían jugar en silencio, utilizando el lenguaje de sus cuerpos para inventar historias, donde podían ser otras personas en otros mundos. Sin embargo, desde la muerte del hombre de los ojos azules, François sintió que Bara no podía utilizar su imaginación de la misma manera. Estaba demasiado anclado en su realidad actual como para poder inventar otros. No podía ser un niño, porque era el único hombre de su familia.
Cada noche, François se quedaba en su cama con sus ojos abiertos, incapaz de relajarse y dormir. Estaba pensando en Bara; ¿Él tampoco podría dormir? ¿Como estaba su vida en la Selva? ¿Tenía familia, amigos que le estaban ayudando en esos tiempos de tristeza?
Lo horrible era dejar a Bara cada tarde, solo en su bosque mágico de trigo, sabiendo que volvía a una casa sin padre. Una casa vacía, una familia incompleta.
Por eso, al día siguiente, François no lo dejó volver. Lo invitó a su casa a comer con su familia, donde esperaba que Bara pudiera sentirse cómodo y completo. Caminaron juntos en la naturaleza hasta la casa de François. Este tenía una sonrisa de oreja a oreja. Por una parte, podía alegrar a su amigo, pero también por otra le encantaba tener amigos en su casa, porque no se sentía tan solo en la mesa.
(***)
Seigneur, bénis ce repas que nous allons prendre
ainsi que ceux qui l'ont préparé.
Donne du pain à ceux qui n'en ont pas
et aide-nous à partager le nôtre.
Amen.
Todos estaban de pie, con la excepción de Bara que ya se había sentado. No entendía lo que estaba pasando. ¿Amen?
Hoy se comía quiche de tomates con queso de cabra y ensalada. Todo fue servido y la familia empezó a comer.
-”¿Te gusta la comida, Bara?” preguntó madame du Coeur.
-”Si, gracias.”
François comió un tomate que le estaba sonriendo, y empezó a hacer ruidos extraños, como si estuviera hablando con su ensalada.
-”Hola, caballero lechuga. Hoy comemos con tomate y queso de cabra, que han sido casados hace muchos años atrás. Entiendo si te sientes un poco excluido de la fiesta, porque ellos se conocen muy bien y se quieren mucho.”
Bara, como François, era un chico de nueve años que también jugaba con su comida. Mirando sus quiches, los dos chicos estaban pensando exactamente la misma cosa, estaban dentro un mundo imaginario que era mejor que cualquier casa del mundo.
Mientras que los chiquillos estaban jugando y riéndose, monsieur du Coeur estaba sentado en silencio, comiendo su quiche muy lentamente. Todos los demás miembros de la familia tenían miedo de hablar en frente del chico que tenía un acento distinto cuando hablaba francés, y que tenía hoyos en su camiseta usada. Los niños no vieron las miradas de disgusto porque se sentían felices en sus propios mundos, en sus propias cabezas, con sus propias imágenes.
Después de haber comido, la familia se despidió con sonrisas enormes, mintiendo sobre como fue un placer tenerlo en su casa. François estaba orgulloso, porque Bara parecía feliz, y que le había gustado comer con su familia. Fue un día perfecto para él.
Sin embargo, cuando Bara salió monsieur y madame du Coeur susurraron muy suavemente: hijo mío, no puedes hacerte amigo de ese tipo de gente.
-”¿Por qué? ¿No te gustan los duendes?”
Los Du Coeur no estaban viviendo a la altura de su nombre: del corazón.
No tiene que ver con los duendes, respondió, esta gente no es como nosotros.
(***)
François no podía dejar de pensar en lo que su madre le había dicho. Esta gente no es como nosotros. ¿Quienes somos nosotros, y por qué somos diferentes? Cuando jugamos juntos con Bara, tengo la impresión de que nunca he encontrado a alguien que me entienda de la misma manera. Siempre me he sentido solo, aunque esté rodeado de gente. Por primera vez, no me siento así. Tengo algo, tengo a alguien, y él es humano, es una persona, como yo.
-”¿Hoy vamos a mi casa?”
Estaban jugando de nuevo en el hogar del bosque de trigo. Por fin, François había sido invitado a la Selva, que le parecía tan mágica. Tenía ganas de descubrir el mundo de su amigo.
La cabeza de François funcionaba diferente de las demás. No importaba lo que estaba haciendo o dónde estaba, siempre podía ver lo mágico de lo que lo rodeaba. Sin embargo, ese día, incluso él no podía inventar un mundo mágico.
La primera cosa que percibió era que habían caminado mucho. Mientras que François vivía a unos diez minutos del campo de trigo, Bara debía caminar por lo menos una hora cada día en cada dirección.
Cuanto más caminaban, François se sentía más incómodo. Todo se hacía gris, estaban cerca de la autopista. Había alambre de púas por todas partes. A veces debieron esconderse de la policía, a la que Bara estaba siempre buscando con su mirada.
Cuando llegaron a la Selva, no era una Selva. Era un barrio de chabolas. Había mucha gente por todas partes viviendo su vida, haciendo comida, jugando futbol, charlando; nadie se miraba a los ojos. François quería hablar con los otros, o por lo menos intercambiar sonrisas y miradas de compasión, pero todos rondaban como animales. Animales en la Selva, que habían olvidado su propia humanidad.
Todo era gris. Estaba lloviendo, el cielo era gris. El piso era gris. La ropa era gris. Las miradas eran grises. La gente se sentía gris.
Cuando llegaron a la “casa” de Bara, no era tal. Era una carpa. Su familia era muy simpática, compartieron toda su comida con él. Comieron pan plano hecho a mano con lentejas que tenían muy buen sabor. Jugaron cartas juntos. François se sintió aceptado, feliz, pero sentía un nudo en su garganta, como si quisiera llorar. Esta era la forma como vivía su amigo.
Así François empezó a robar comida y cosas de su propia familia para la familia de Bara. A veces traía puñales para el bebé, a veces pan, a veces frutas y verduras. Madame du Coeur no entendía porque si François estaba comiendo más, permanecía tan flaquito. Debe estar creciendo, pensaba. Todos los chicos de su edad comen mucho.
Con el tiempo, la Selva empezaba a sentirse más caliente, más cariñosa. François empezaba a conocer a la familia de Bara, que lo veían como parte de ellos. Se hizo cada vez más difícil para él volver a la casa de los du Coeur. Se sentía como si fuera de un planeta diferente, un extranjero en su propia casa. Con la familia de Bara, se sentía aceptado y querido. No necesitaban mucho lenguaje para comunicar amor y afecto.
Lo más difícil para François era volver y ver su casa con una perspectiva completamente distinta. El tenía una casa con un jardín. Su familia iba de vacaciones cada año, porque tenían una casa en la playa de la costa oeste francesa. Bara tenía una carpa en la Selva. François podía comer tanto como quería, y podía elegir las cosas que le gustaban más. Bara tenía dos comidas al día, y no podía elegir.
Volviendo a su casa un día, François se paró en su campo de trigo y se acostó un momento. Este campo era su mejor hogar en el mundo. La naturaleza que le rodeaba le estaba dando abrazos, tocando su piel por todas partes. En este momento, él se sintió parte del piso, parte del césped debajo de su cuerpo. No quería volver a su casa, porque no sintió que lo merecía. No sentía que era su hogar. Se sentía mejor aquí, acostado en la naturaleza, alimentando el suelo con sus lágrimas.
(***)
Unas semanas después, François y Bara estaban jugando UNO en el campo de trigo. François se había habituado a ir a la Selva con su amigo, con quien jugaba todos los días. Ya hacía casi un año que se habían encontrado en ese mismo campo. Se entendían, hablando medio francés, medio árabe.
-”Franswah, gracias” dijo Bara.
-”Gracias, ¿por qué?”
-”Tu eres mi mejor amigo.”
-”Gracias...”
-”Mañana voy a Londres.”
-”¿Londres? ¿Por qué?”
Bara sacó una foto de un hombre flaco que se parecía a su padre. Tenía una camiseta de Big Ben, y estaba sonriendo.
-”Este es mi tío.”
Se vio en sus ojos que Bara estaba feliz, pensando en su nueva vida. François, al contrario, lo rechazó.
-”Tu ni siquiera hablas inglés!”
-”I speak a little. Mi madre habla mejor que yo. Y puedo aprender, como con el francés.”
-”Pero tienes una vida aquí, una familia, un futuro.”
-”Tu tienes un futuro aquí, mi familia se va conmigo. Es mejor para mí.”
-”Pensaba que éramos amigos.”
-”Eso no va a cambiar.”
-”Yo te necesito aquí. Puedes quedarte aquí.”
Bara no dijo nada pero se veía en sus ojos que nada iba a convencerlo, porque tenía un sueño, un sueño de escaparse. Esta mirada daba miedo a François, que se enojaba.
-”Si te vas, no podemos ser amigos.”
-”Franswah, no ponme en esta situación.”
-”No me das elección, porque si te vas a Londres, nunca más nos veremos.”
-”Franswah, debo ir a Londres, pero quiero ser tu amigo para siempre.”
Bara nunca había visto a su amigo así. El pelo rubio le estaba cayendo en los ojos, escondiendo las lágrimas que estaban formándose en sus ojos verdes. Estaba apretando los puños, como si quisiera golpear algo. Parecía herido. Abrió su boca para decir algo pero nada salió. Suspiró, dejando escapar un chillido.
François se sintió solo de nuevo, no tenía a nadie. Sin decir nada, empezó a correr a su casa, dejando a Bara solo en su campo, llorando.
(***)
Al día siguiente, François volvió al campo, esperando ver a Bara debajo de su árbol favorito. Nadie.
Completamente solo en el campo, François se volvía loco. El silencio intenso le rodeaba y le daba la impresión de que la vida ya no existía en su hogar. Normalmente, este campo era un lugar lleno de amor y de gritos de felicidad. Ahora parecía más un campo de batalla vacío. La guerra había terminado, y él había perdido.
-”Te echo de menos, Bara. Tu has sido la única persona en este mundo que no solamente me ha oído, sino que también me ha escuchado. Me pone muy triste no haberme despedido realmente de ti. Aunque tu no estés aquí, voy a despedirte ahora. Gracias por tiempos inolvidables en este césped lleno de margaritas y trigo. Gracias por tu familia acogedora que me hizo entender lo que quiere decir el amor. Gracias por una amistad inolvidable. Eres mi mejor amigo.”
François se dejó caer en el piso, y empezó a recordar los momentos increíbles que habían pasados juntos en este campo: la guerra de los vampiros, el partido de fútbol de la galaxia, el encuentro con los OVNIs. Este campo había sido siempre un lugar mágico, y gracias a Bara había podido compartir esta magia con alguien.
Pensando en esto, François empezó a imaginar que estaba en un bosque mágico, como antes. En alguna parte de él estaba una princesa durmiente, y él debía salvarla. Se levantó y salió con su espada de plata. Estoy listo…
De repente, oyó hojas arrugadas detrás de él. No sabía si era su imaginación, pero François vio una familia de dragones rojos, exhalando fuego de sus narices. Eran repugnantes, con sangre goteando de sus labios. Eran animales que no pertenecían a su hogar. Pertenecían en un lugar más grosero: una basura, una cueva, una Selva.
El primer instinto de François fue gritar y apuñalarlos, pero algo lo detuvo. Esta familia de dragones tenía las mismas miradas que habían tenido los familiares de Bara. En sus ojos, François se vio a sí mismo, como si estuviera mirando su espejo. Dejó caer su espalda.
-”Hola dragones. Ustedes me dan miedo, pero vengo de encontrar una familia de duendes que también me dieron miedo al inicio. Eran personas increíbles, entonces pienso que podemos hacernos amigos también.”
François volvió a su casa ese día sonriendo y pensando en su amigo Bara. Sabía que él tendría una vida increíble fuera de este país cerrado. Además, François nunca se sentiría solo en este mundo, porque no tenía miedo de los dragones y de otros seres míticos. Su amistad con Bara lo dejó entusiasmado ante la idea de encontrarse con otros. Por eso él sabía que nunca olvidaría a su amigo.
François pensó en Bara toda la noche. De hecho, no sabía que ambos estaban pensándose mutuamente; pensaba en Bara cuando estaba acostado en su cama caliente, después de haber comido mucho chocolate. Bara pensaba en François cuando estaba acostado en la playa fría de Calais, después de haber sido expulsado de un barco, tomando su último aliento. Cuando murió, sus ojos azules quedaron abiertos, reflejando la vista del mar.
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